
No debería estar escribiendo esta entrada, porque ya saben que mis excesos frente al portátil han tenido como consecuencia un dolor de brazos por sobrecarga muscular. Hace una semana que estoy en tratamiento, pero no he podido resistirme a hablar del gran Juanjo, el fisio nazi. En la clínica a la que voy, todos los fisios son chicas y Juanjo es el único varón allí presente. Es un buen mozo de voz baja y dulce... pero no se fíen: es el más temido. En mis dos anteriores visitas a esta clínica he pasado por sus manos y, ay Dios, qué dolores. Cuando sufrí un problema en el abductor, probé las virtudes de una técnica cuyo nombre me es imposible reproducir, pero que les puedo decir que siempre me he planteado que sea legal. Y es que es ver el instrumental y pensar en Mengele y compañía. O en un torturador de la Santa Inquisición. La semana pasada ya sufrí a Juanjo a pelo, sin instrumental, y llega una a acostumbrarse a pasarlo mal. "Lo que escuece, cura", era la máxima de las abuelas. Pues aquí, lo que te hace soltar lágrimas y ahogar gritos, mientras la boca se te seca, también. Hoy ha usado los temidos ganchos conmigo y mañana supongo que tendré los brazos como los de una yonki. Bueno, daré de qué hablar entre mis alumnos.