domingo, 31 de marzo de 2013

Tormenta de Espadas

Parece mentira, pero ya está aquí la nueva temporada de Juego de Tronos. Mañana no trabajo y me he propuesto levantarme dentro de tres horas para ver el capítulo en streaming, a pelo, sin subtítulos. Ya les contaré si lo he logrado.



viernes, 29 de marzo de 2013

El señor Grey me persigue

Sé que me voy a ganar muchos enemigos y que perderé lectores, pero no es mi culpa: volvemos al señor Grey. Pero dejen que les cuente la historia desde el principio. Hace unas semanas, mi querido Josito Montez mencionó a ese señor llamado Fabio, un mamotreto de melenón mechado al viento y protagonista de mil y una portadas de novelas calorro piscineras (qué gran definición, Xauen) durante los años ochenta y noventa. Allá que me llevé el tema a un grupo que tenemos varias amigas foreras en Facebook y empezamos a poner fotos y vídeos horribles del susodicho que, según leo, también ha perpetrado algunas producciones literarias, ¡oh Dios! Aun así, el tipo me cae bien, porque ahora se ríe de sí mismo y eso es síntoma de cierta inteligencia.


Señores que escriben trilogías

Como dijo sabiamente una amiga forera, " y seguro que nos quieren hacer creer que estaban segando"


Nos partíamos de la risa con las portadas tan "sutiles" y vergüenzajenescas (le tomo prestado el término, Jos). El caso es que recordamos que una noche forera nos dedicamos a confesar nuestros pecadillos literarios, es decir, revelamos si alguna vez habíamos leído novelas de ese tipo. Yo sólo he leído una, con dieciséis años. Se titulaba Una dulce enemistad, y era de Johanna Lindsey, experta en el género guarrindongo-rosáceo.

Las heroínas y sus contorsiones imposibles. Pobres cervicales.

Aquí había highlanders buenorros (los escoceses con falda parecen imprescindibles), pelirrojas de armas tomar, familias enfrentadas, secretos y mucha pasión. Como algunas de las chicas del grupo facebookero no conocían aquella lejana conversación forera, me fui a buscar el hilo para linkearlo. Ya de paso me puse a releerlo para reírme y llegué a un mensaje en el que se hablaba de una novela distinta, lejos del calorreo de la citada Lindsey y sus macizorros pseudovioladores. Se titulaba Flores en la tormenta, de Laura Kinsale, y me dije que por qué no, que cosas peores he leído y ustedes lo saben (porque yo, como no tengo vergüenza, lo he contado).

Si veo esta portada, salgo corriendo. Es el HORROR. Pero al menos no es Fabio.




Esto ya es otra cosa y habla mejor de la novela
 
Allá que me descargo el libro en el kindle y empiezo a leerlo. No podía creerlo... ¿Cómo se llama el protagonista? ¡Christian! Y la señorita con la que se está refocilando en el prólogo se apellidaba de soltera Lacy-Grey, otra casualidad. "Bueno", pensé, "Esta mujer no creo que vuelva a salir. Esperemos a la heroína." Qué equivocada estaba, porque luego esa dama tendrá un papel clave en la trama, es una especie de mezcla entre señora Robinson greyana y Leila, la sumisa que envidia a Anastasia Steele. De hecho llegará a preguntarle a la protagonista que por qué no era ella la elegida. Ojiplática estaba mientras leía. Pero eso es ya muy avanzada la novela. Centrémonos. Como decía, la chica se llama Arquimedea Timms, "Maddy". Es cuáquera y su padre un experto matemático que se quedó ciego y tiene relaciones profesionales con el libertino duque de Jervaulx, Christian Richard Nicholas Francis Langland. Se conocen brevemente en la Sociedad Analítica y después él se enfrenta a un duelo donde creen que ha muerto. Pero no es así. Sufre un ataque que lo deja imposibilitado para hablar y es ingresado por su familia en un manicomio regentado por el primo de Maddy. Ella entra allí a trabajar y reconoce al duque, al que tratan casi como un animal por su comportamiento violento. A partir de ahí, ella ve como su Misión cuidar de él, porque sólo en su presencia se muestra más tranquilo y confiado. Pero los codiciosos parientes de Jervaulx... Y ya paro por si alguien quiere leer la novela, que no está mal.

Entro ahora en las comparaciones/similitudes/diferencias con el Grey. Porque las hay en cuanto a lenguaje y ciertas cosas que pasan.

-Para empezar, el festival de fruncimientos de ceño, mordidas de labio, gruñidos (más que justificados, porque este Christian no puede expresarse como quiere) y algún gemido y gimoteo. Ojo: no es tan repetitivo como en las novelas de E.L. James, pero digamos que todo el mundo frunce, hasta los bebés.





Algunas de las muchas pruebas que apoyan lo que digo más arriba

-La autora se ha documentado para escribir esta novela, dando información sobre la forma de vida y el pensamiento de los cuáqueros y para ciertos rollos matemáticos. Así, Maddy habla a todo el mundo de tú y en algún momento la Luz de la Razón viene a reñirle por sentirse atraída por un libertino. Esa Luz sería como el subconsciente de Anastasia Steele, con muchas diferencias, claro. Y es que Laura Kinsale tiene muchas más herramientas para expresar lo que la protagonista siente y no acude una y otra vez a diosas que llevo dentro y a subconscientes con gafas de concha.

-Maddy es virgen, obviamente, pero no es ninguna cría de veintidós años, sino que ya tiene veintiocho y las cosas bastante claras. Fiel a su mentalidad cuáquera, no se deja arrastrar por la vida de amor y lujo que este Christian le ofrece, clara referencia a Jane Eyre ( y aquí aparecen los besos y flores vs flores y corazones del Grey)

-Físicamente, Maddy no es ningún pibón. Se hace mucha alusión a sus ojos verdes con pestañas rubias y a la melena que le llega a las rodillas, aunque siempre va con el pelo recogido y cubierta con un gorrito en forma de pala de azúcar. Me gustó que en una ocasión el protagonista la describe así: "No era Afrodita, sino la prudente Atenea, la del búho sabio y la brida dorada que amansó a Pegaso." Dato curioso: hay un momento en el que Jervaulx le agarra la trenza y tira de ella para poder acceder a su cuello. ¿Les suena a las lectoras de Grey?

-Juro que no me puedo imaginar a Christian, porque la autora no está todo el rato dale que te pego con lo guapísimo que es. Eso sí: sus ojos son azules como el índigo, como el cobalto fundido, como el cielo a medianoche. Y sus pestañas muy negras, como su pelo y sus cejas. Otra cosa que nos machaca es que tiene sonrisa de pirata y un aire diabólico (desde el punto de vista de Maddy, que es una santurrona).

-La tensión sexual es mucha a lo largo de la historia. La novela tiene 36 capítulos y habrá que esperar hasta el 24 para que haya tema. Y eso se agradece. Antes hay algún momento de acercamiento, pero la espera es más interesante que el hecho de estar leyendo y pensar: ¿Ya están otra vez? ¡Arg! Lo poco agrada y lo mucho cansa.

-No quisiera hacer spoilers, pero llega el momento en el que el protagonista empieza el achuchón que estamos esperando ya con ansia, aunque sabe que no debe consumar por ciertas razones. No deja de repetirle a la chica "Dime que pare", y la otra quiere pero no puede, así que... Como hay dos puntos de vista, unas veces se nos cuenta lo que siente ella y otras lo que siente él. Y es divertido. Además, las escenas de sexo (que son pocas) están muy bien descritas.

-Me hizo gracia leer que muchas veces Jervaulx deja de discutir con Maddy y lo soluciona todo a base de besos y algo más. Gracias a la Luz Divina y al Espíritu eso no se nos describe.

-Al empezar la novela con tema matemático, pensaba que iba a poder hacer analogías matemático-eróticas. Lo del seno y el coseno dan para poco más...

-Y, para terminar, una frase que me sacó una sonrisa, porque todas las lectoras del Grey hubiéramos querido verlo en plan sumiso por una vez: "Maddy hizo la cama, avergonzada de las correas y esposas que tuvo que apartar a un lado mientras cambiaba las sábanas." OMG.

Pues nada, una novelilla que tiene su gracia, me ha gustado y no tengo que leer dos más para saber qué leñes pasa. Las que me conocen saben que lo del Grey lo digo sin acritud...

viernes, 15 de marzo de 2013

Momentazo de amor sobrenatural

Una película sencilla, en glorioso blanco y negro, y música de Bernard Herrmann. Nunca Rexy estuvo más Sexy. Amor más allá de la muerte.


jueves, 14 de marzo de 2013

Parecidos razonables (XXXIV)

Georg Gänswein, secretario de Benedicto XVI, y el David de Bernini. Muy Grey ambos, por cierto.






domingo, 3 de marzo de 2013

Gracias, señor Grey

Sí, gracias, señor Grey. Porque me está dando usted muchas satisfacciones. Queridos lectores, no piensen en nada sexual. El señor Grey me está permitiendo reír, charlar y conocer gente estupendísima. Y hoy me ha convertido en la participante de una mesa redonda presidida por Conch y en la que también estaba Paz, a la que he conocido gracias a Twitter y a la trilogía. Conch ha moderado con maestría mientras que Paz ha hecho una argumentada defensa de sus posiciones. Ambas me han encantado. La mesa se ha celebrado en el II Salón Erótico del Levante y allí que nos hemos plantado mahn y yo, dispuesta a darlo todo. Una pena que no hubiera más público y que el tiempo fuera tan limitado (45 minutos), porque se nos han quedado cosas en el tintero, pero la experiencia ha sido muy satisfactoria. Les dejo los apuntes que me he llevado para comenzar mi intervención. Perdonen el desorden, pero eran sólo un apoyo en un principio, de modo que sólo he leído hasta el momento en el que hablo de la edad de los personajes. 

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“Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada”. La primera frase, la primera en la frente. No sabía que el fruncimiento de ceño se iba a convertir en el leit motiv de esta novela junto a otras cosas como morderse el labio, poner los ojos en blanco o exclamar “uau” o “madre mía”. Ya nunca podré decir, escuchar o leer estas expresiones sin pensar en el señor Grey. La diosa que llevo dentro hace el pino con las orejas mientras mi subconsciente me mira por encima de sus gafas de concha, riñéndome por visualizar al señor Grey cuando miro al David de Miguel Ángel. Y no porque Anastasia diga que Christian lo supera, sino porque tiene el ceño fruncido.
Y se preguntarán que por qué he leído esta trilogía si no es de mi agrado. Por una sencilla razón: no me gusta que me lo cuenten. En mi trabajo no paraba de oír sobre las cincuenta sombras. Ya sabía que era un bombazo, pero no me llamaba la atención el tema. De hecho, no he leído más literatura erótica que una colección de relatos, de los cuales sólo me gustaron dos. Un compañero de trabajo, a la vuelta de las vacaciones de verano, me insistió para que lo leyera, argumentando que me iba a gustar y que ya le contaría si yo era polvo vainilla. ¿Ein? Estar en la inopia es algo que odio, así que acudí a otra compañera que estaba inmersa en el primer libro para que me ilustrara sobre eso de la vainilla. Cuando supe lo que era, estallé en una carcajada. ¿Vainilla? ¡Si a mí me gusta el helado de yogur con frutos del bosque y a mi marido el de turrón con after eight! ¡Vainillas a mí, jajaja! Pero el mosqueo estaba ahí. Leía por muchos sitios que las novelas eran lo peor de lo peor, muy mal escritas, así que seguí sin molestarme en intentarlo. La compañera que me aclaró lo del helado me pidió un día que le buscase los dos libros siguientes para el kindle. Encontré los tres y me los guardé por si algún siglo de estos me daba por leerlos. No esperé tanto. Empecé ya por curiosidad y mi indignación iba creciendo cada vez que pasaba una página. ¿Pero qué era aquello? Mal escrito no: lo siguiente. Mi marido me amenazó con dejar de hablarme si seguía con la novela, porque le llenaba el TL de Twitter con los tuits que escribía cada vez que alguien fruncía el ceño, gemía o ponía los ojos en blanco. Cerré la boca y seguí, cambiando mi manera de verla, ironizando y alejándome de lo puramente literario. Leer la primera novela es como releer Crepúsculo, la historia en la que E.L.James se basó para empezar a escribir. Y, de hecho, es la mejor, sobre todo la parte del principio: el tonteo, el flirteo, el que sí pero no, y los emails. Es más: la parte que más me gusta es el morreo que él le suelta en el ascensor sin previo aviso. Cuando Anastasia ya entra en el mundo del sexo de la mano de Grey, se acaba la gracia, porque argumento y misterio tiene más bien poco. Ya son sólo polvos, uno detrás de otro, en los que siempre vemos a un amante dispuesto rasgando paquetitos plateados y a una chica que tiene orgasmos vaginales sólo con mirar el botón desabrochado del otro. A mí me dejaban ojiplática muchas cosas de las que Anastasia describía como si fueran el novamás. Y dice tantas veces lo guapo que es y lo perfecto que tiene el miembro, que creo que conozco mejor la “anatomía de Grey” que la de mi santo esposo. Que sí, que está bueno, tía pesada. Que se te caen las bragas y te pones celosa porque tooooooooda mujer que ve a tu hombre se pone perra (uf). Y sí, tú también estás buena aunque no lo sepas, y toooooooooodo hombre que te ve quiere llevarte a la cama. Tú no te explicas cómo Apolo en la tierra se ha fijado en ti, pero eres un pibón, de manera que las lectoras, que somos el montón, no daremos jamás con un tiazo como Christian y nos tendremos que conformar con esa versión paródica que es Gregorio, otra tontada que se ha subido al carro de la (mala) fama de Grey.
Mientras leía, había cosas que no me cuadraban. ¿Porno para mamás? Creo que he leído bastantes escenas de sexo en otros libros, por ejemplo, de Ken Follett. Nada nuevo bajo el sol, porque entre los límites infranqueables y todo aquello a lo que Anastasia dice que no, nos quedamos con sexo más o menos normal y corriente, con mucho estallido en torno a Grey (orgamos, vamos). Vainilleo empachoso, sobre todo en la segunda novela. Lo más raro que nos podemos encontrar está al final de la primera, con los cachetes que le da. Luego sí que hay algo más raruno, que si bolas chinas, que si polvo al ritmo de Thomas Tallis (yo soy más del Aires del Gloria de Bach), que si en el ascensor, que si te sujeto las piernas con una barra… pero nada de juguetitos como vibradores o estimuladores anales. A él que no le toquen el pecho, pero que tampoco le busquen el punto G. Y, por supuesto, Grey come poco helado de marisco, mientras que Calippos sí que se bebe Ana unos cuantos. Muy mal. O muy bien, que la tía aprueba el primer examen oral al que se presenta. Ella es virgen, no se ha masturbado en su vida (¿ni en sueños? ¡Anda ya!) y lo hace todo estupendamente. Qué suerte, oiga.
Otra cosa que me dejaba muerta: el uso de un vocabulario muy comedido mientras tenían sexo. Dos palabras como “follar” y “pechos” no caben en la misma frase. Pues ahí está el señor Grey diciendo que “tienes unos pechos muy bonitos. Un día te los tengo que follar.” No pega ni con cola. Y, encima, no se los folla. Todo palabrería, señor Grey. En ciertos contextos, a las cosas se las llama por su nombre: tetas, polla, culo, coño. La fase perraca es así, reconozcámoslo. Que te digan “quiero hacerte el amor” está bien para empezar y que se te caigan las enaguas, pero “voy a comerte las tetas” es lo que pide el cuerpo en plena faena.
Las edades: otro tema polémico. Coñio, poned a una mujer en sus treinta o cuarenta y tantos que se beneficia a un tío de veintisiete o de su edad, al que le mola una mujer hecha y derecha. Lo de llamar vieja a Elena, aka la señora Robinson, me mataba. Otro motivo por el que no entiendo el éxito entre señoras de mi edad. ¡Si se nos ha pasado el arroz según esta novela! Pero fantasear es gratis y leer estas cosillas puede hacernos sentir jóvenes, sexys y deseables.

La indignación masculina: no creo que ninguno esté pesaroso porque su mujer sea fan de la trilogía. Realmente no buscan a un Grey, sino hacer cosas como las que hace Anastasia con Grey, se ponen cachondas con él ¡pues bienvenido sea!

El éxito de Grey: su clave es doble. Una es la tecnológica: el libro electrónico le ha traído muchos beneficios. Nadie tiene por qué saber qué estás leyendo mientras vas en el autobús, porque lo leemos, decimos que lo hemos leído sin rubor, pero no queremos que nos vean en plena faena. Mi marido me contaba que el otro día en el tren un señora ya bastante mayor leía un libro con las tapas recubiertas por otro papel. Se asomó un poco para comprobar si leía a Grey y dio en la diana. La otra clave del éxito es ya antigua, tanto como Jane Austen, Elizabeth Gaskell o Charlotte Brontë. Darcy, Thornton y Rochester son los auténticos predecesores de Grey, no Edward Cullen. Los tres son vistos desde el punto de vista de la heroína de la historia, tienen un halo de misterio, tratan de manera rara a las protagonistas, las aman a pesar de que no deberían y ellas terminan por redimirlos, manteniendo su esencia, que es lo que a ellas y a todas nos ha enamorado. Malotes con corazón de oro. Un Darcy que se declara diciéndole a Elizabeth Bennet que la ama a pesar de que la familia de ella es una vergüenza; un Thornton que se enamora de Margaret Hale a sabiendas de que a su madre no le va a gustar y sabiendo también que ella lo odia por tener una fábrica de algodón; y un Rochester, ¡oh Edward!, que frunce el ceño, se cabrea, juega con los sentimientos de Jane y esconde un secreto horrible… Adoramos a estos hombres y nos da igual que no veamos cómo son en la cama. Seguro que son maravillosos.

Ahora dice E.L.James que ella no es una vendedora de libros, sino una escritora, y se va a meter a escribir una novela que no tenga sexo. A mí lo del sexo me da igual. Lo que no quiero que tenga es gente frunciendo el ceño, que se van a arrugar más que la bota de un cojo.